Red Thread Games lanzó recientemente Dustborn, un videojuego que rápidamente fue catalogado como «el más woke de la historia». Sin embargo, a pesar de las altas expectativas y la clara intención de crear un título con un mensaje político fuerte, el juego no logró conectar con el público.
Los desarrolladores buscaban crear un mundo donde las palabras tuvieran un poder transformador y donde los personajes reflejaran la diversidad de la sociedad actual. La idea era no solo entretener, sino también generar un impacto positivo en el mundo.
Sin embargo, la ambición de Dustborn parece haber sido su perdición. A pesar de su narrativa intrigante y sus mecánicas de juego innovadoras, el juego no logró escapar de la polémica. Muchos críticos y jugadores lo acusaron de ser demasiado «woke», es decir, de priorizar la agenda política por encima de la calidad del juego en sí.
El lanzamiento de Dustborn estuvo marcado por un bajo número de jugadores concurrentes, lo que sugiere que el juego no logró atraer a una audiencia lo suficientemente amplia. Esta situación ha llevado a muchos a cuestionar si el enfoque político del juego fue un acierto o un error.
En nuestro review del juego destacamos su historia expresada a través de la música y lo puedes leer aquí.
Lo que le paso a Dustborn nos muestra que, aunque es importante crear videojuegos con un mensaje social, es fundamental encontrar un equilibrio entre la narrativa y la jugabilidad. Un juego puede ser políticamente correcto y socialmente relevante, pero si no es divertido de jugar, difícilmente tendrá éxito.
Además, la polémica generada en torno a Dustborn demuestra que los videojuegos, al igual que cualquier otra forma de arte, son susceptibles a la interpretación y la crítica. Lo que para unos es un mensaje necesario y valiente, para otros puede parecer una imposición ideológica.